Anaís y Pablo son unos novios muy especiales. A pesar de que las familias de ambos son de Valladolid de toda la vida, se conocieron en Bolonia haciendo un Erasmus y en aquellas tierras italianas se enamoraron.
Aunque son jovencísimos tienen las cosas muy claras. Desde el principio tuvieron claro que su boda iba a celebrarse en la tierra de sus padres y abuelos, donde tienen a todos los amigos de la infancia y adonde se escapan siempre que necesitan mimos y calor de hogar. También comprendieron que por su agenda laboral la boda tendría que ser en temporada baja, en pleno invierno. Eligieron un sábado del mes de febrero.
Saben que eso significa lidiar con el frío de la meseta castellana, pero no les importa, porque para ellos el auténtico valor de su boda es reunir a los suyos, a los que más quieren y quienes más los quieren en un día mágico en el que estrenan por fin su propia familia. Han asistido a muchas bodas de amigos espectaculares y sorprendentes, pero para ellos, como para el Principito, ‘lo esencial es invisible a los ojos’, así que todo en la suya iba a ser delicado y elegante.
Como premisas básicas, la novia había elegido la iglesia de San Benito el Real, en pleno centro de la ciudad, en la que se casaron sus padres y adonde iba de niña a oír misa con sus abuelos. Además, querían los mejores proveedores y una boda urbana y sin transporte para los invitados, en la que todo estuviese cerca para ir caminando. Su lista inicial de invitados se reducía a unas 70 personas, todas de su círculo íntimo y familias, así que la calidad siempre ha estado por encima de la cantidad en esta boda.
Lo más importante de todo para ellos era el concepto de boda como un ‘hogar temporal’ en el que recibir con la máxima calidez a sus seres queridos. Teniendo en cuenta las gélidas temperaturas de febrero en Valladolid, tuvieron claro que había que primar la calidez como hilo conductor del evento e intentar construir ese ‘hogar’ donde ellos dos fuesen los perfectos anfitriones.
Para reforzar la idea de calidez y definir la paleta de colores de su boda hicieron juntos un tablón de inspiración de imágenes en tonos rojizos, del anaranjado al burdeos pasando por todos los tipos de rojo, basándose en una imagen imprescindible de su moodboard. Se trata de una pintura que hay en la sacristía de San Benito, un impresionante mural de un Cristo pintado sobre un fondo de esos mismos colores, lo que daba la gama perfecta para comenzar a planificar la boda.
Para la decoración quisieron un proyecto que aportase los puntos opuestos de calidez y frialdad que necesitaba su boda soñada.
La floristería se encargó del ramo, el prendido, la decoración de la iglesia y el banquete con sus rincones temáticos, con flores en tonos cálidos desde el anaranjado al burdeos, pasando por el rojo más vivo, con flores… y verde…
Para el resto de decoración se recreó todo el romanticismo de un escenario helado. Con ello querían resaltar el carácter invernal de la boda utilizando copos de nieve en distintos tamaños, desde los más grandes del tocado de la novia y las mesas hasta los copos diminutos del confeti para arrojar a los novios a la salida de la iglesia.
También se aportó calidez con un ‘rincón especial del té y el chocolate’ del que los invitados disfrutaron para entrar en calor mientras los novios se hacían las fotos en el claustro, porque para ellos era muy importante estar en todo momento cerca de los suyos y que se sintiesen reconfortados y queridos. En toda la decoración se utilizaron elementos muy amorosos, destacando los ositos de peluche que estuvieron presentes en toda la boda.
La novia tenía claro que quería la mejor peluquería y maquillaje posibles, cerca de su casa. Y en lugar de pedir un servicio a domicilio, en su gran día prefirió desplazarse allí para tener un momento a solas con sus pensamientos antes de la boda.
Para el maquillaje prefirió destacar sus labios en rojo intenso, combinado con el ramo y la paleta de colores de la boda. En cambio los ojos, más discretos, se ahumaron en tonos plata para realzar el color nevado del copo de nieve artesanal que utilizó de tocado, en alusión al frío invernal de este día.
El peinado, un recogido muy sencillo y elegante -menos es más- se complementó con un sencillo tocado para no restar protagonismo al vestido y, por supuesto, a la preciosa cara de la novia, que no podía estar más guapa.
Junto a ella durante la sesión quiso marcar puntos de calidez en la fría mañana de invierno, así que se llevó a la peluquería el osito de peluche de Harrods que su novio le regaló en su primera escapada juntos a Londres, donde tuvo lugar la petición de mano, junto con uno de los ositos que encargaron para la boda, una infusión y las flores en los mismos tonos de su ramo y de la decoración del evento.
En vez de la típica bata de novia, Anaís apostó por dar color, calidez y chispa a la sesión de belleza y vistió un kimono, creado en sedas indias estampadas en colores vivos, reversible, para este momento tan especial.
Anaís escogió para su vestido un diseño de crepe blanco roto con una espalda muy especial cut out con botonadura joya trasera y un tejido y una caída impecables, sin cola. No utilizó la capa larga de tela original del vestido, para destacar la pureza de líneas del mismo.
En su lugar, para combatir las bajas temperaturas, la novia escogió abrigarse en los puntuales momentos exteriores con una capa de peluche en el mismo tono.
El original ramo en tonos rojos vivos de flores de invierno, en el que no faltaban las rosas rojas, ponía el punto cálido y vivo al outfit y fue una creación muy original de la florista con flores de invierno.
El novio sabía que tenía que estar a la altura y quería un traje muy elegante que le sentase como un guante, así que se decantó por un conjunto azul, el color tendencia de esta temporada, con chaleco y corbatón también en tonos azules, en homenaje a los cielos amplios de la fría tierra castellana. Esos cielos que, según decía el gran Miguel Delibes, ‘son tan altos porque los han levantado los labradores de tanto mirarlos’.
En lugar del pañuelo a juego con el corbatón que le sugerían, utilizó un prendido con algunas de las flores del ramo de novia.
Los novios tenían claro que querían un claustro de piedra como primer espacio para dar la bienvenida a sus invitados tras la ceremonia, una especie del ‘zaguán de su casa’, este hogar temporal en el que querían convertir su boda; un claustro de piedra como símbolo del patrimonio histórico de su tierra castellana, que tan bien luce en contraste con el azul limpio de sus cielos.
Alquilaron para ello el claustro del Monasterio de Santa Isabel, a pocos metros de la iglesia de San Benito el Real, donde tuvo lugar la ceremonia religiosa. Un claustro muy romántico que precisamente este 2023 cumple 550 años de historia.
Aquí se montaron varios rincones muy especiales: un corner con mantitas amorosas por si los invitados sentían frío; un photocall muy elegante con un banco antiguo, motivos nevados y ramas naturales; y el rincón de chocolate, té y dulces para entrar en calor.
También fue aquí donde se produjeron los momentos especiales de entrega del ramo, detalles y ‘regalo a los siguientes’, a quienes regalaron una preciosa pareja de ositos de peluche vestidos de novios y réplicas más pequeñas para el resto de invitados.
Con esta idea, el posterior banquete resultó más fluido, para que todos pudieran comer, beber y bailar sin interrupciones y para que los invitados que quisieran retirarse antes del final no se perdiesen los momentos especiales.
Rompiendo moldes y protocolos
No fue este el único momento diferente en la boda de Anaís y Pablo.
A pesar de tratarse de una boda clásica y de que los novios conocían perfectamente el protocolo, quisieron hacerlo todo a su gusto, hacer prevalecer su personalidad y saltárselo en varios momentos.
La novia hizo su entrada sola en la iglesia, al ritmo de los sones del Ave María de Schubert, mientras el novio la esperaba cerca del altar y los invitados estaban aún afuera. Querían vivir este momento a solas porque les parecía sumamente importante y romántico, ante la sola mirada de la Virgen del Carmen, desde su camarín en el retablo.
Igualmente, a la salida de la iglesia, el novio no cedió su brazo derecho a la novia sino el izquierdo, ya que ambos son zurdos y a ella le resultaba más cómodo llevar el ramo en su mano izquierda.
Una boda de invierno en la fría Castilla, clásica, invernal y elegante pero a la vez cálida y muy, muy original.
Equipo de colaboración:
Idea y organización: Mibodaviajera Wedding Planner @mibodaviajera
Fotografía: Marama Fotografía, @marama.fotografia
Vestido Novia: Azahar Novias @noviasazahar
Diseñadora del vestido: Silvia Fernández @silviafernandezatelier
Traje novio: Jaime Valentín @jaimevalentinceremonia
Maquillaje y Peluquería: Fusión Estética y Peluquería @marmonjeperez
Decoración: Eventos Oh, Lalá! @eventosohlalaes
Flores: La Jara @floreslajara
Ositos de peluche: Akukimaki, @akukimaki
Tocado novia, TocadosbyLola, @tocadosbylola
Kimono novia: Raquel Castaño @raquelcastanodisenos
Modelos: Alba @albareyll y Rodrigo @rodrigovelazquez_21
Agradecimiento especial a los PP. Carmelitas del Monasterio de San Benito el Real, a las Hermanas Clarisas del Convento de Santa Isabel de Hungría y a la Valladolid Film Commission @valladolidcityoffilm por su colaboración desinteresada en la realización de este editorial.
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