martes, 17 de septiembre de 2019

La pedida de Bárbara, una historia de valentía y entrega

Bárbara

Para los que todavía no conozcáis Y LE DIJE SÍ, me gustaría contaros que en esta comunidad defiendo el amor en todas sus circunstancias. No importa quien quiera a quién, o quien se lo pida a quién, lo importante es que se quiera bien, mucho pero siempre bien.  Me encanta ver cómo la gente apuesta por sus sentimientos, dando igual todo. Este es el caso de Bárbara.

 

En alguna ocasión, aunque cada vez más, me escriben chicas pidiéndome consejo u opinión para “lanzarse a la piscina” y pedirle matrimonio a su chico. Algunas no lo tienen claro y buscan ese pequeño empujón, no encuentran el momento o simplemente están marcadas por la tradición y prefieren esperar a que su pareja le sorprenda. Y otras como Bárbara que lo tienen tan decidido, que no les hace falta pensar en nada más que en pasar de un día cotidiano en su lugar favorito, al momento que jamás olvidarán.

Su historia ha marcado tanto en Y LE DIJE SÍ, que todas aquellas chicas temerosas por dar el paso, han pasado a ser unas valientes como Bárbara, la princesa azul.

Bárbara

Y le dije sí

La pedida de Bárbara a su chica

“Desde que le había conocido hacía ya más de siete años, soñaba con el día en que se arrodillase delante de mí y me preguntase si quería estar a su lado el resto de su vida. Vamos que lo hiciera al más puro estilo príncipe azul…
En el verano de 2017 ese sueño me visitaba con mayor frecuencia cada noche. Yo me hacía mis castillos en el aire, mientras él seguía queriéndome como siempre, pero sin pensar en el matrimonio a corto plazo …

Tenía muchas ganas de unir mi vida a la suya y no me importaba pedírselo yo. Pero mi mente insegura siempre me recordaba un día en que le pregunté directamente qué pasaría si yo le pedía que se casara conmigo y su respuesta fue rotunda y tajante: “Bárbara nunca se te ocurra pedírmelo, si lo haces te voy a decir que no”. Orgullo de caballero y presión, mucha presión, porque sabía que al yo trabajar en el mundo boda sería muy difícil sorprenderme …

Sin embargo, después de estar todo el verano mandándole audios al móvil cantándole la canción de Carlos Vives que dice “¡Quiero casarme contigo!”, cada vez que iba a una boda o salía por ahí con mis amigas, pensé: “Él ya sabe que yo le voy a decir que sí si me lo pide, pero…¿si se lo pregunto yo me dirá que sí o que no?”. Me dio un subidón de adrenalina porque necesitaba descubrir ese enigma y me lié la manta a la cabeza para organizar la pedida perfecta para él …

Decidí que el momento ideal sería en nuestro rincón favorito del mundo (la playa de la foto), donde nos escapamos siempre que termina la temporada de bodas. Allí descansamos y disfrutamos de los perros sin más distracciones…
Pero, estaba muy acojonada y decidí no contarle a nadie mis planes. Quería que Miguel se sintiera libre de poder responder lo que realmente sentía y oye, si me decía que no al menos nadie me tendría lástima. Podría llorar a gusto yo solita…

Pasamos una semana genial y la última noche mientras sacábamos a Will y Jazz le propuse recorrer el paseo que une las dos playas de nuestro rincón. A él no le gustaba mucho la idea, porque de noche no está iluminado, es todo acantilado y con los perros le daba cosa. Pero yo sabía que no se negaría porque era mi deseo de último día. Caminamos muertos de la risa, hablando de tonterías, y nos entró el miedo cuando vimos a un tío con capucha correr hacia nosotros. El paseo estaba desierto y es una zona poco transitada…

Cuando apenas nos quedaban unos metros para llegar a la playa, Miguel se quedó petrificado. “Espera, ¿qué es eso que luce en la arena?”, dijo parándose en seco. Yo me hice la loca y le propuse que bajásemos a investigar. Los perros empezaron a ladrar, tirando sin parar de la correa porque querían ir a olisquear. Bajamos la escalinata hasta que nuestros pies tocaron la arena y entonces le dije: “¿Quieres cenar en la playa?”. Su cara fue un WTF en toda regla. Y cuando cayó en la cuenta de que era un picnic chulísimo con pizza y cerveza, además de cena para los perros, casi le da un infarto…

Después de tirarnos 10 minutos intentando controlar que Will y Jazz no nos destrozasen el chiringuito, nos sentamos sobre las mantitas, rodeados de lucecitas. Miguel se puso a investigar y encontró un sobre en el que se podía leer: “¿Y por qué Miguel?”. Sonrió y me preguntó si podía abrirlo. Lo leyó con calma y pude ver cómo sus ojitos se volvían cada vez más brillantes. En aquel folio había escrito todos los motivos por los que sabía que él, y no otro, era el hombre de mi vida, todos los motivos por los que me había enamorado de él. Cuando por fin terminó, me miró con su sonrisa especial. “¡Qué bonita! Me la voy a guardar porque la tengo que volver a leer”. Abrió una cerveza y justo al lado del cubo encontró otro paquete. “¿También es para mi?”, me volvió a preguntar. Lo desenvolvió como un niño que abre su primer regalo de Reyes y se quedó muy quieto. “Nuestra familia”, susurró mientras pasaba el dedo por cada una de las figuras de la ilustración que había creado para él. 

Un dibujo en el que aparecíamos Él, yo, Will, Jazz…y Mai, nuestro inolvidable Mai. Me besó y me cogió de la mano. Mi corazón empezó a latir a mil por hora. Estábamos solos los cuatro, las olas y las estrellas. Le miré. Intentando aguantar la emoción comencé mi pequeño discurso: “No sé quién decidió que nos conociéramos, pero los hizo de PM (sí, me salió una palabrota de los nervios). Estoy muy orgullosa de la familia que hemos creado. Hoy en este lugar en el que hemos vivido tantas cosas buenas, y en el que me acompañaste en el momento más duro de mi vida cuando dijimos adiós a mi abuela…estando tú y yo solos sin más testigos que Will y Jazz. Y sin que absolutamente nadie más en la tierra sepa nada de esto porque quiero que te sientas libre”. Hice una pausa, respiré, mientras él me miraba pensando “lo va a hacer”. “Me gustaría saber cariño”, continué buscando una cajita que saqué de mi bolso, “si ya estás preparado para dejar de ser mi chico y convertirte en mi marido”. Abrí la caja y le enseñé la alianza. “Sí, claro que quiero”, respondió riéndose a una velocidad que me dejó literalmente en shock. Sinceramente, no me lo esperaba. Llevaba dos semanas haciéndome a la idea de que me diría que no. Todo mi afán fue zarandearle preguntándole: “¡¿Estás seguro?!”. Él se río. “¡Pues claro que estoy seguro!”, exclamó. Yo me reí y me puse a llorar mientras nos besábamos. Esa noche sin darme cuenta, me había convertido en la princesa azul de mi cuento de hadas. Una valiente que se había enfrentado al miedo, a la incertidumbre y a un posible rechazo, pero que había salido triunfante.

Con amor, Bárbara.

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